Pasar de las yurtas mongolas a los rascacielos de Seúl fue un cambio brutal. Corea se nos muestra como un país tecnológicamente
puntero y muy avanzado. Runner, un coreano que conocí en Nueva Zelanda el
último día del año 2010, nos alojó, mientras el tifón doblaba palmeras, en su "caja de zapatos" de 15 metros cuadrados. Un tío descomunal. Este tipo de casas
son habituales en Corea y Japón aunque debo admitir que mucho menos de lo que
pensaba. Me ha sorprendido la cantidad de casas unifamiliares que hay, pensaba
que vivían todos como en colmenas, por eso de la superpoblación, pero para nada
es así.
La
gente es agradable y tiene bastante buen nivel de inglés, la comida pica como
el demonio, les gusta mucho el béisbol, es facilísimo acampar, no les puedes
vacilar porque casi todos son karatekas, se protegen todo el cuerpo del sol
aunque haga 40 grados...
... envuelven las manzanas en papel cuando aún están en los árboles y no hay NADIE que no tenga un smart phone o un coche de fabricación coreana, conducen despacio y ceden el paso a los ciclistas. Definitivamente otro mundo…
Ciclísticamente
hablando Corea fue un paraíso. Nos cruzamos todo el país por bici carriles o
carreteras sin tráfico lo cual devolvió a nuestros cuerpos la esencia del
viaje: el disfrute.
Perdemos la cuenta de los puentes que debemos cruzar, eso sí, modernos donde los haya
Y es que la ruta va en su mayor parte paralela a un río, sin ruidos, sin tráfico y con pocos ciclistas
Así llegamos a Busan, la puerta de salida del país en el sur, desde donde cogeremos un ferry que nos llevará a Shimonoski, Japón.
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